"No sé si te he hablado alguna vez de mi colega Johnburn, Juan Guillermo De Silva Johnburn, para ser exactos. ¿No? Es un tipo bastante curioso. Buena persona y todo eso. Un hombre bastante cabal, con quien incluso poseo varias cosas en común: edad, profesión, carné del Club, por supuesto, y una confesa anglofilia, que en él tiene su atenuante porque le viene dada por su familia materna. Un buen tipo, sí, pero ello no empece que el sentido común aconseje no apegarse demasiado a su persona por pertenecer a esa especie que tiende a encontrar problemas allí donde la improbabilidad de su existencia es máxima.
Me acuerdo, por ejemplo, de aquel día en que, partiendo de una situación ideal, estuvo a pique de arruinar su vida de forma irreversible. Verás: disfrutábamos de una amena y larga sobremesa en el restaurante de la primera planta, al que, como sabes, no sólo los socios tienen acceso, sino también sus esposas e invitados —lo cual, sin ningún género de duda, dulcifica mucho el ambiente en ese espacio—. Más concretamente, alrededor de una amplia mesa redonda departíamos además del bueno de Juan Johnburn, su hermana Amelia, dos amigas de ésta y yo.
La conversación general alcanzaba niveles muy aceptables y, todo hay que decirlo, la compañía, especialmente la femenina, no carecía de aliciente; con la excepción de mi cofrade Juan, cuyo talento conversacional había caído muchos enteros al estar más interesado en atraer el interés de una de las amigas de su hermana que en el resto de objetos y seres que en el mundo han sido. Y no andaba escaso de razones, pues la amiga en cuestión era una damita de notorio atractivo, bien educada y de intelecto cultivado. Mejorando lo presente, claro está. Y, de hecho, no le fueron nada mal las cosas con ella. Ya sabes: contrato, retoños y hasta que la muerte les separe. Pero eso no empezó aquel día. Aquel día, algo poderoso e intangible se interpuso entre ambos. Algo tan poderoso e intangible como el cricket.
Sí, sí, el cricket. Hablo en serio. No recuerdo cómo, diversas palabras referidas a los deportes —con perdón— favoritos de los presentes cayeron a plomo sobre la tertulia. Una a una, las damas se fueron manifestando a favor de uno u otro… No fue muy agradable que dijéramos. Gracias a Dios, antes de que nadie me preguntara nada al respecto, la ingenuidad del bueno de Johnburn captó la atención general.
- Yo he probado suerte con muchos y, en general, no se me dan mal —dijo, provocador él—. Pero el que más me gusta practicar, con diferencia, es el cricket —añadió, dirigiéndose a su damita, con un inconfundible acento de Hampstead de toda la vida.
- ¿El cricket? ¿El cricket? ¿Eso a lo que jugaban los ingleses? —saltó la joven, sintiéndose aludida de alguna manera e iniciando una tentativa de conversación que iba a ser monopolizada por ambos.
- Supongo que hablamos de lo mismo. Pero utilizar el pasado no es correcto.
- ¿Ah, no? ¿Todavía hay gente que juega a eso a finales del siglo veinte?
- Sí, y mucha.
- Y tú eres uno de ellos.
- Sí, eh… aunque… aunque, en realidad, so… sólo puedo practicar cuando paso algunas temporadas con mi nuestra inglesa. En su día jugué de bateador en el equipo de verano de la Westminster School. Aunque, bueno, eso no quiere decir gran cosa. A estas alturas no sería capaz siquiera de acertar a la bola, pero en aquella época no era del todo malo. E-en… en un partido contra… ¡Qué memoria la mía! No consigo recordar cómo se llamaban… En fin, no importa, el caso es que en cierta ocasión llegué a anotar casi cuarenta carreras al bate en una sola vez.
- Cuarenta carreras. ¡Increíble! ¿Y eso es bueno o malo?
- Eh… bueno, p-para un principiante, un… un novice, como me llamaban, no está del todo mal.
- Claro, claro. Yo… Yo no quiero ofenderte, pero… ¿no es un juego un poco absurdo? —aventuró la damita enarcando graciosamente una ceja.
- ¿Absurdo? ¡En absoluto! No es un juego absurdo —repuso él con cordial flema—. Es más, llega a ser un deporte muy absorbente...
Un silencio algo tenso planeó sobre el grupo. Yo tragué saliva y miré de reojo a Juan sin levantar la cabeza del plato. - Conque absorbente, ¿eh?
- Sí. E incluso divertido.
- Ya. Divertido. Veamos, explícamelo y podré decidirme —propuso ella.
El drama estaba servido para el pobre lenguaraz: no le quedaba sino huir hacia delante. Y huyó con injustificado brío.
- Como ya sabrás, juegan dos equipos de once jugadores en un campo de hierba. La base del juego es lanzar una bola, una bola hecha de cuerda de bramante y recubierta de cuero, que se repele con un bate, un bate plano hecho de madera de sauce.
- De sauce. No de otra cosa.
- En efecto, de sauce.
- ¿Y qué más?
- Lo que intenta el que lanza la bola es derribar unos palitos de madera…
- De sauce.
- No, en este caso hay libertad maderera.
- Bien.
- Lo que intenta el que lanza la bola es derribar esos palitos llamados bails que se colocan horizontalmente en las ranuras superiores que poseen tres palos más largos clavados en el suelo y que forman lo que se llama un wicket. El bateador, el que la golpea con el bate, lo que pretende es tanto evitar que el lanzador…
- El que la lanza.
- …derribe los bails como realizar carreras una vez golpeada la bola. Hay dos wickets en el campo que…
- ¿Podrías ir más al grano?
Juan se quedó sin habla por un momento, contrariado, pues pensaba que su explicación estaba siendo sucinta a la par que rigurosa.
- Ah… bien, sí. Eh… Uno de los equipos batea en primer lugar y sitúa a un bateador en un wicket, mientras que el otro equipo pone a un lanzador en el otro wicket y a un keeper o guardián de puerta por detrás del bateador, en tanto que los nueve jugadores restantes se sitúan dentro del campo en posiciones que les indique el capitán con la intención de capturar la bola después de que haya sido bateada. Una vez lanzada la bola, lo cual debe hacerse siempre sin doblar el brazo, el bateador intenta golpearla para correr después hacia el wicket opuesto. Entonces un jugador de su equipo, que se encuentra en el otro wicket, corre también hacia el que acaba de dejar el bateador, y si ambos alcanzan la marca de retorno antes de ser eliminados, anotan una carrera.
- ¿Y nunca se chocan?
- Nunca.
- Vaya.
- Ahora bien, si la bola llega hasta el extremo del campo anota cuatro carreras sin necesidad de correr, y si sale incluso del campo, consigue seis carreras. Si llegara a anotar cien carreras en una vez al bate, conseguiría un century, y eso quiere decir que es un jugador magnífico.
- Como tú, más o menos.
- No, qué va. Yo nunca conseguí anotar más de cuarenta en una vez.
- Vaya, qué malo. Bueno, ¿y después qué pasa?
- Luego el jugador continúa bateando hasta que es eliminado.
- Ah, menos mal. ¿Y cómo?
- Hay varias formas. Por ejemplo, se le puede eliminar en carrera, cuando un jugador de campo del equipo contrario atrapa la bola antes de que toque el suelo, o cuando, después de atrapada, la envía al keeper para que derribe las varitas del wicket más cercano antes de que el bateador alcance la marca de retorno. O pueden estacarle…
- ¡Ay, por Dios! ¿Le dan de estacazos?
- No, no es eso. Significa que le eliminan si la bola le sobrepasa y golpea el wicket derribando cualquiera de los bails. Y también se le puede eliminar por obstrucción, si intercepta la bola con cualquier parte del cuerpo, normalmente con la pierna, cuando aquélla va a golpear el wicket claramente. Pero eso lo deciden los árbitros... porque no te he dicho que en cada wicket se sitúa un árbitro.
- Oh, era de suponer.
- Lo… lo cierto es que n-no… no es tan complicado como dicen —prosiguió Juan sin dejar de reparar en la ceja que su interlocutora enarcaba casi permanentemente, en esa expresión de cierto afecto que se puede sentir por una persona amable, inofensiva y con posibilidades, aunque necesitada de alguien que le espante los pájaros de la cabeza. Ya me entiendes, es esa expresión a la que tan acostumbrados estamos a ver los que tenemos la suerte de estar bien casados.
- Por supuesto que no. Es comprensible por la mente más simple.
- Ya… ya… Pero no termina ahí todo.
- ¿Ah, no?
- No, no, claro que no —negó él con firmeza—. Es importante saber que cada bateador se mantiene en el wicket que haya alcanzado en la última carrera, aunque también se puede enfrentar al lanzador un bateador diferente, si lo decide el capitán. Y cuando el lanzador realiza seis lanzamientos, esto es, un over, aunque en algunos países como Australia o Sudáfrica son ocho,…
- Ya son ganas de enredar.
- …entra en juego otro lanzador desde el lado opuesto. Y tanto los jugadores de campo como el keeper cambian de posiciones, claro, porque el nuevo lanzador se encuentra en dirección opuesta a la del primero. Cuando el segundo lanzador completa un over, el primero reanuda los lanzamientos, y así sucesívamente hasta el fin del juego o hasta que se produzca una sustitución. ¿Me sigues?
- Como el galgo a la liebre. Por cierto, ¿cómo acaba todo eso? ¿Quién gana?
- Gana el equipo que anota más carreras en las entradas. Pero los empates son muy comunes. Verás, cada equipo tiene una o dos entradas, normalmente alternativas, y una entrada termina cuando se eliminan a diez bateadores o cuando se ha completado un número determinado de overs. Aunque también puede acabar si el capitán del equipo que está bateando elige declarar terminadas las entradas…
- ¿Y eso da para mucho?
- Según. Los partidos de competiciones importantes duran varios días, pero los…
- ¿Cómo que varios días?
- Sí, un partido puede durar entre uno y cinco días, dependiendo de los emp…
- No es posible.
- Sí, lo es, porque hay empates muy difíciles de deshacer... Pero los partidos de aficionados, como en los que yo participaba, sólo duran unas cinco o seis horas como mu…
- ¿Seis horas? Acabaréis destrozados.
- No, es que no son seis horas de juego ininterrumpido. Verás, hay intervalos, o pausas, cuando finaliza cada entrada, para el almuerzo, para el té, o para refresc…
- ¿Para el té? ¿Pausas para el té? —exclamó ella incrédula, pronunciando despacio las palabras— No hablarás en serio.
- Sí, es tradicional, dependiendo de la hora en…
- A ver, a ver, para un momento. Llevas media hora hablando, pero no me he enterado de nada, y lo poco que entiendo me parece inverosímil. ¿Y eso del té...? No sé si me estás tomando el pelo o es que eres así.
- Me temo que simplemente es así —aclaró su hermana.
- Ah… —entendió la joven reclinándose sobre la silla y exhalando suavemente una bocanada.
- Yo… no me habéis dejado explicar…
- ¡Con lo listo que podrías llegar a ser! —le interrumpió su hermana, traduciendo, seguramente, el pensamiento de su amiga y cambiando el tema de conversación sin transición ni disimulo.
Más tarde, cuando ya nos retirábamos hacia algún otro lugar de solaz para continuar la agradable jornada, Johnburn me hizo partícipe de su zozobra en un aparte.
- Te juro que no lo entiendo. ¿A ti te parece algo tan raro, tan absurdo, que a uno le pueda gustar el cricket?
- Se me ocurren cientos de cosas peores, desde luego.
- ¿No debería ser algo extraordinario que uno pueda tener afición por un deporte tan especial o, por qué no decirlo, selecto? —insistió inconsolable.
- Debería. Sin duda alguna.
- Y lo más duro es que nadie, nunca, ninguno de los detractores… o, mejor dicho, detractoras, porque siempre son mujeres, ha sido capaz de explicarse. Se limitan a sisear «¡absurdo!» entre dientes, pero son incapaces de decirme exactamente qué es lo que les resulta tan absurdo.
- Como sabes, en nuestros días se echa en falta el don de la retórica. A la gente le resulta cada vez más difícil explicar sus ideas, sean críticas o diacríticas.
- ¿Pero por qué? ¿Por qué tiene que resultar tan rechazable para una chica algo tan innocuo?
- Amigo mío, la Ciencia no ha llegado aún a dar la respuesta a ciertas preguntas. Aunque… si tenemos en cuenta que esas chicas a las que te refieres, como tu pretendida, o tu hermana, tienen un coeficiente intelectual que dobla el nuestro, quizá no sea tan difícil llegar a alguna conclusión.
Lo intenté con denuedo, pero creo que no fui capaz de transmitir consuelo alguno al atribulado pretendiente, ya que no cejó en el planteamiento de sus complejos dilemas durante horas.
Vista la experiencia, que, como se ha podido deducir, no era la primera del mismo estilo, Juan Johnburn sopesó la posibilidad de hablar del futbolín cuando le volvieran a preguntar por su deporte favorito. No sé si lo llevó a la práctica."
- Yo he probado suerte con muchos y, en general, no se me dan mal —dijo, provocador él—. Pero el que más me gusta practicar, con diferencia, es el cricket —añadió, dirigiéndose a su damita, con un inconfundible acento de Hampstead de toda la vida.
- ¿El cricket? ¿El cricket? ¿Eso a lo que jugaban los ingleses? —saltó la joven, sintiéndose aludida de alguna manera e iniciando una tentativa de conversación que iba a ser monopolizada por ambos.
- Supongo que hablamos de lo mismo. Pero utilizar el pasado no es correcto.
- ¿Ah, no? ¿Todavía hay gente que juega a eso a finales del siglo veinte?
- Sí, y mucha.
- Y tú eres uno de ellos.
- Sí, eh… aunque… aunque, en realidad, so… sólo puedo practicar cuando paso algunas temporadas con mi nuestra inglesa. En su día jugué de bateador en el equipo de verano de la Westminster School. Aunque, bueno, eso no quiere decir gran cosa. A estas alturas no sería capaz siquiera de acertar a la bola, pero en aquella época no era del todo malo. E-en… en un partido contra… ¡Qué memoria la mía! No consigo recordar cómo se llamaban… En fin, no importa, el caso es que en cierta ocasión llegué a anotar casi cuarenta carreras al bate en una sola vez.
- Cuarenta carreras. ¡Increíble! ¿Y eso es bueno o malo?
- Eh… bueno, p-para un principiante, un… un novice, como me llamaban, no está del todo mal.
- Claro, claro. Yo… Yo no quiero ofenderte, pero… ¿no es un juego un poco absurdo? —aventuró la damita enarcando graciosamente una ceja.
- ¿Absurdo? ¡En absoluto! No es un juego absurdo —repuso él con cordial flema—. Es más, llega a ser un deporte muy absorbente...
Un silencio algo tenso planeó sobre el grupo. Yo tragué saliva y miré de reojo a Juan sin levantar la cabeza del plato. - Conque absorbente, ¿eh?
- Sí. E incluso divertido.
- Ya. Divertido. Veamos, explícamelo y podré decidirme —propuso ella.
El drama estaba servido para el pobre lenguaraz: no le quedaba sino huir hacia delante. Y huyó con injustificado brío.
- Como ya sabrás, juegan dos equipos de once jugadores en un campo de hierba. La base del juego es lanzar una bola, una bola hecha de cuerda de bramante y recubierta de cuero, que se repele con un bate, un bate plano hecho de madera de sauce.
- De sauce. No de otra cosa.
- En efecto, de sauce.
- ¿Y qué más?
- Lo que intenta el que lanza la bola es derribar unos palitos de madera…
- De sauce.
- No, en este caso hay libertad maderera.
- Bien.
- Lo que intenta el que lanza la bola es derribar esos palitos llamados bails que se colocan horizontalmente en las ranuras superiores que poseen tres palos más largos clavados en el suelo y que forman lo que se llama un wicket. El bateador, el que la golpea con el bate, lo que pretende es tanto evitar que el lanzador…
- El que la lanza.
- …derribe los bails como realizar carreras una vez golpeada la bola. Hay dos wickets en el campo que…
- ¿Podrías ir más al grano?
Juan se quedó sin habla por un momento, contrariado, pues pensaba que su explicación estaba siendo sucinta a la par que rigurosa.
- Ah… bien, sí. Eh… Uno de los equipos batea en primer lugar y sitúa a un bateador en un wicket, mientras que el otro equipo pone a un lanzador en el otro wicket y a un keeper o guardián de puerta por detrás del bateador, en tanto que los nueve jugadores restantes se sitúan dentro del campo en posiciones que les indique el capitán con la intención de capturar la bola después de que haya sido bateada. Una vez lanzada la bola, lo cual debe hacerse siempre sin doblar el brazo, el bateador intenta golpearla para correr después hacia el wicket opuesto. Entonces un jugador de su equipo, que se encuentra en el otro wicket, corre también hacia el que acaba de dejar el bateador, y si ambos alcanzan la marca de retorno antes de ser eliminados, anotan una carrera.
- ¿Y nunca se chocan?
- Nunca.
- Vaya.
- Ahora bien, si la bola llega hasta el extremo del campo anota cuatro carreras sin necesidad de correr, y si sale incluso del campo, consigue seis carreras. Si llegara a anotar cien carreras en una vez al bate, conseguiría un century, y eso quiere decir que es un jugador magnífico.
- Como tú, más o menos.
- No, qué va. Yo nunca conseguí anotar más de cuarenta en una vez.
- Vaya, qué malo. Bueno, ¿y después qué pasa?
- Luego el jugador continúa bateando hasta que es eliminado.
- Ah, menos mal. ¿Y cómo?
- Hay varias formas. Por ejemplo, se le puede eliminar en carrera, cuando un jugador de campo del equipo contrario atrapa la bola antes de que toque el suelo, o cuando, después de atrapada, la envía al keeper para que derribe las varitas del wicket más cercano antes de que el bateador alcance la marca de retorno. O pueden estacarle…
- ¡Ay, por Dios! ¿Le dan de estacazos?
- No, no es eso. Significa que le eliminan si la bola le sobrepasa y golpea el wicket derribando cualquiera de los bails. Y también se le puede eliminar por obstrucción, si intercepta la bola con cualquier parte del cuerpo, normalmente con la pierna, cuando aquélla va a golpear el wicket claramente. Pero eso lo deciden los árbitros... porque no te he dicho que en cada wicket se sitúa un árbitro.
- Oh, era de suponer.
- Lo… lo cierto es que n-no… no es tan complicado como dicen —prosiguió Juan sin dejar de reparar en la ceja que su interlocutora enarcaba casi permanentemente, en esa expresión de cierto afecto que se puede sentir por una persona amable, inofensiva y con posibilidades, aunque necesitada de alguien que le espante los pájaros de la cabeza. Ya me entiendes, es esa expresión a la que tan acostumbrados estamos a ver los que tenemos la suerte de estar bien casados.
- Por supuesto que no. Es comprensible por la mente más simple.
- Ya… ya… Pero no termina ahí todo.
- ¿Ah, no?
- No, no, claro que no —negó él con firmeza—. Es importante saber que cada bateador se mantiene en el wicket que haya alcanzado en la última carrera, aunque también se puede enfrentar al lanzador un bateador diferente, si lo decide el capitán. Y cuando el lanzador realiza seis lanzamientos, esto es, un over, aunque en algunos países como Australia o Sudáfrica son ocho,…
- Ya son ganas de enredar.
- …entra en juego otro lanzador desde el lado opuesto. Y tanto los jugadores de campo como el keeper cambian de posiciones, claro, porque el nuevo lanzador se encuentra en dirección opuesta a la del primero. Cuando el segundo lanzador completa un over, el primero reanuda los lanzamientos, y así sucesívamente hasta el fin del juego o hasta que se produzca una sustitución. ¿Me sigues?
- Como el galgo a la liebre. Por cierto, ¿cómo acaba todo eso? ¿Quién gana?
- Gana el equipo que anota más carreras en las entradas. Pero los empates son muy comunes. Verás, cada equipo tiene una o dos entradas, normalmente alternativas, y una entrada termina cuando se eliminan a diez bateadores o cuando se ha completado un número determinado de overs. Aunque también puede acabar si el capitán del equipo que está bateando elige declarar terminadas las entradas…
- ¿Y eso da para mucho?
- Según. Los partidos de competiciones importantes duran varios días, pero los…
- ¿Cómo que varios días?
- Sí, un partido puede durar entre uno y cinco días, dependiendo de los emp…
- No es posible.
- Sí, lo es, porque hay empates muy difíciles de deshacer... Pero los partidos de aficionados, como en los que yo participaba, sólo duran unas cinco o seis horas como mu…
- ¿Seis horas? Acabaréis destrozados.
- No, es que no son seis horas de juego ininterrumpido. Verás, hay intervalos, o pausas, cuando finaliza cada entrada, para el almuerzo, para el té, o para refresc…
- ¿Para el té? ¿Pausas para el té? —exclamó ella incrédula, pronunciando despacio las palabras— No hablarás en serio.
- Sí, es tradicional, dependiendo de la hora en…
- A ver, a ver, para un momento. Llevas media hora hablando, pero no me he enterado de nada, y lo poco que entiendo me parece inverosímil. ¿Y eso del té...? No sé si me estás tomando el pelo o es que eres así.
- Me temo que simplemente es así —aclaró su hermana.
- Ah… —entendió la joven reclinándose sobre la silla y exhalando suavemente una bocanada.
- Yo… no me habéis dejado explicar…
- ¡Con lo listo que podrías llegar a ser! —le interrumpió su hermana, traduciendo, seguramente, el pensamiento de su amiga y cambiando el tema de conversación sin transición ni disimulo.
Más tarde, cuando ya nos retirábamos hacia algún otro lugar de solaz para continuar la agradable jornada, Johnburn me hizo partícipe de su zozobra en un aparte.
- Te juro que no lo entiendo. ¿A ti te parece algo tan raro, tan absurdo, que a uno le pueda gustar el cricket?
- Se me ocurren cientos de cosas peores, desde luego.
- ¿No debería ser algo extraordinario que uno pueda tener afición por un deporte tan especial o, por qué no decirlo, selecto? —insistió inconsolable.
- Debería. Sin duda alguna.
- Y lo más duro es que nadie, nunca, ninguno de los detractores… o, mejor dicho, detractoras, porque siempre son mujeres, ha sido capaz de explicarse. Se limitan a sisear «¡absurdo!» entre dientes, pero son incapaces de decirme exactamente qué es lo que les resulta tan absurdo.
- Como sabes, en nuestros días se echa en falta el don de la retórica. A la gente le resulta cada vez más difícil explicar sus ideas, sean críticas o diacríticas.
- ¿Pero por qué? ¿Por qué tiene que resultar tan rechazable para una chica algo tan innocuo?
- Amigo mío, la Ciencia no ha llegado aún a dar la respuesta a ciertas preguntas. Aunque… si tenemos en cuenta que esas chicas a las que te refieres, como tu pretendida, o tu hermana, tienen un coeficiente intelectual que dobla el nuestro, quizá no sea tan difícil llegar a alguna conclusión.
Lo intenté con denuedo, pero creo que no fui capaz de transmitir consuelo alguno al atribulado pretendiente, ya que no cejó en el planteamiento de sus complejos dilemas durante horas.
Vista la experiencia, que, como se ha podido deducir, no era la primera del mismo estilo, Juan Johnburn sopesó la posibilidad de hablar del futbolín cuando le volvieran a preguntar por su deporte favorito. No sé si lo llevó a la práctica."