jueves, 25 de enero de 2007

OLA DE CRÍMENES EN EL CASTILLO DE BLANDINGS

Con el debido respeto, señor. Aquí les dejo un comienzo que me ha parecido tolerablemente genial. Tiene estilo, frescura, naturalidad.

El día en que la ilegalidad asomó su repugnante cabeza en el castillo de Blandings era de una singular belleza. El sol brilla­ba en medio de un cielo de color azul aciano y el autor siente verdaderos deseos de describir minuciosamente las antiguas construcciones, sus suaves céspedes, los vastos espacios de los parques, los árboles majestuosos, las bien criadas abejas y los señoriales pájaros entre los que brillaba.
Pero los lectores de novelas policíacas pertenecen a una raza impaciente. Pasan por alto las rapsodias escenográficas y van directamente al grano. ¿Cuándo -preguntan- empezará la acción criminal? ¿Quién está implicado en ella? ¿Hay sangre, y en este caso caso cuánta? Y, muy particularmente, ¿dónde estaba todo el mundo, qué estaba haciendo y a qué hora ocurrió? El autor que quiera atrapar a su público debe dar estas informa­oones lo antes posible.

La ola de crímenes, por consiguiente, que debía sacudir hasta sus cimientos una de las casas señoriales más majestuosas de Shropshire se inició hacia la mitad de una tarde magnífica, y las personas implicadas en ella estaban dispuestas como sigue:
Clarence, noveno conde de Emsworth, dueño y señor del castillo, se hallaba en el cobertizo de las macetas, conferenciando con Angus McAllister, su jardinero jefe, sobre el tema de los guisantes.

Su hermana, lady Constance, estaba paseando por la terra­za con un muchacho moreno, con gafas, cuyo nombre era Ru­pert Baxter y que había sido en un tiempo secretario particular ­de lord Emsworth.
Beach, el mayordomo, estaba cómodamente instalado en una tumbona en el jardín posterior del castillo, fumando un ci­garrillo y leyendo el capítulo XVI de El hombre a quien faltaba un dedo en el pie izquierdo.
George, nieto de lord Emsworth, rondaba por los matorrales con su escopeta de aire comprimido, su constante compañera.
Jane, sobrina de su señoría, estaba en la glorieta junto al lago.

Y el sol brillaba en lo alto, mandando, como suele decirse, sus rayos sobre los céspedes, las construcciones, los árboles, las abejas, los pájaros de las mejores especies y las extensiones de los parques.

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