miércoles, 18 de julio de 2007
El sombrero, la dama, y los rosales de tía Agatha (III)
Retomamos la historia otra vez de la mano de Princess Valium:
Como cabía esperar, la cena estaba exquisita. Anatole se había lucido una vez más. No en vano fue nombrado el mejor cocinero entre todos los cocineros de todas las casas de Hertfordshire. Entre el primer y el segundo plato intenté sacarle a tia Agatha alguna pista que me aclarara cual era el motivo de mi visita. Es decir, por que estaba yo allí otra vez y, lo que era más importante descubrir, por qué mi queridísma pariente se comportaba de una forma tan extraña desde que había llegado. Con extraña me refiero, evidentemente, a su amabilidad y buenas palabras. Algo inaudito dese luego.
No logré mi cometido, es más, empeoré la situación con mi interesantisima conversación sobre lo dificil que resulta tomarse un buen whisky en la city. Le contaba a tía Agatha mi última experiencia en el Club de los Zánganos: un torpe
camarero se atrevió, sin más, a poner hielo en mi copa. En fin, mientras le contaba lo sucedido pude ver como el semblante de mi tía cambiaba por momentos. Lo que había sido una sonrisa era ahora una mueca dificil de describir por lo terrorífica que resultaba. La sopa se había enfriado con mi charla y, eso, era más de lo que ella podía tolerar y soportar. No dije nada más en toda la cena. Un Wooster sabe cuando debe callar.
Ya en el salón, mientras encendía un cigarro y me disponía a sentarme en el sillón, mi tía se acercó y con un golpe de cabeza me indicó que la siguiera. Andando tras ella pensé en lo acertado de mi decisión, la corbata azul habría sido un completo desastre dadas las circunstancias. Deberían haber visto el semblante de mi anciana pariente: tenso, impertérrito, con la mirada vidriosa. Me temía lo peor, un desastre de dimensiones inimaginables. Ya en el jardín, dimos la vuelta hasta la parte trasera. Una vez allí la cosa transcurrió de la siguiente manera:
-Bertie.
-Si, mi queridísma tia.
-Hay algo que deberías ver.
Acto seguido me señalo el parterre donde mi tío tenía plantados sus rosales. Rosales que por cierto eran la envidía de todo Hertfordshire. Creo que el secreto residía en el abono. En fin, miré allí donde mi tía me indicaba y me quedé sin habla.
La mitad del jardín estaba destrozado completamente. La tierra removida, las rosas arrancadas, los pétalos, antes tersos, de un rojo vivo, eran ahora un popurrí, un amasijo irreconocible de hojas, tallos, tierra; un desastre en mayúsculas.
Comprendí entonces la gravedad de la situación, lo que no lograba adivinar era qué papel tenía yo en todo este asunto y por que m tía me trataba con tanta amibilidad. La respuesta llegó de inmediato.
-Bertie.
-Si, mi anciana y adorada pariente.
-Déjate de tonterías. Acordarás conmigo que esto necesita de una rápida y discreta investigación. No voy a permitir que el desalmado que haya hecho esto quede impune.
-Por supuesto, sería inadmisible permitir algo así, pero, que es exactamente lo que esperas de mi?
-Sé que conoces todos los tugurios de Londres, que te codeas con tipos bastante indeseables. Formas parte de la juventud de ahora, sin metas, sin ética, sin ninguna clase de futuro más allá del despilfarro.
Estarán de acuerdo conmigo en que mi tía empezó aquí a perder la cordialidad con la que me había tratado hasta ese momento. Aún así, y entenderán que me sintiera herido por sus punzantes palabras, no dije una sola palabra y esperé a que mi tia terminara con su explicación.
-Bertie, necesito tu ayuda.
Válgame Dios, no podía creer lo que estaba oyendo. Por un instante creí haber confundido esas últimas palabras. Pero no, volvió a repetirlas.
-Necesito tu ayuda y de tus contactos en la city para resolver esto.
miércoles, 7 de marzo de 2007
El sombrero, la dama, y los rosales de tía Agatha (II)
Continuando con el relato empezado por Princess Valium, aquí os dejo una segunda parte. A ver si alguien se anima a seguir:
Llegamos a casa de tía Agatha antes de la cena. Gracias a Dios que fue así, de otro modo Anatole, el cocinero jefe, me habría servido la cena fría junto con una mueca de disgusto que me habría partido en dos. Y creanme que a nadie le dolería más perderse sus exquisitos platos que a un servidor.
Como decía, pues, llegamos a Hertfordshire justo a tiempo y he de reconocer que con una nube de incertidumbre sobre mi cabeza y la certeza de que nada bueno iba a suceder.
Jeeves se encargó de todo. Mientras deshacía mi equipaje y preparaba mi atuendo para la cena, se lo solté.
-Jeeves.
-Diga, señor.
-¿Cree que sería adecuado bajar a cenar con la corbata azul?
-¿Señor?
-Entiendame, Jeeves. No es que no valore su esfuerzo y su trabajo, y su enrome gusto para el vestir, pero –aquí me aclaré la garganta –¿no cree que tal vez, si tía Aghata considera tan urgente este viaje, debe ser a causa de algún problema de fuerza mayor que necesita de mis habilidades y mi, ya conocido por todos, saber hacer en estos casos?
-Sin ninguna duda, señor.
-¿Y no cree, entonces, que el problema puede ser de una gravedad tal que tía Agatha se sienta dolida si me ve luciendo una corbata de un color tan alegre, en lugar de una que infiera más, cómo decirlo….más respeto?
-Tal vez tenga razón, señor.
-Creo que la tengo, Jeeves.
Y aquí terminó la conversación. Una vez más supe poner los puntos sobre las ies y Jeeves no tuvo nada mas que añadir.
Bajé entonces a reunirme con los demás en el salón mientras esperábamos a que Anatole anunciara la cena.
-Mi querido sobrino, mi sobrino preferido, dale un beso a tu tía Aghata.
Les diré que este recibimiento me puso algo más que nervioso. Que mi pariente más temida me trate así me resulta espeluznante. Emepecé a notar que la palidez se apoderaba de mi.
-Tía Aghata –dije intentando disimular mi temblor y el sudor frío que empezaba a cubrir mi cuerpo –siempre es un placer.
Anatole apareció y nos hizo pasar al comedor. Cuando pasaba por su lado noté que me clavaba los ojos en la nuca. El comienzo de la velada no podía haber ido peor y yo empezaba a preocuparme de verdad.
viernes, 2 de febrero de 2007
El cricket
Psmith nos manda un relato que escribió al estilo Wodehouse. A diferencia del que empezó Princess Valium, éste no introduce en el argumento personajes conocidos por todos, protagonistas de las novelas de Wodehouse; si no que se basa en personajes completamente nuevos para todos. Podríamos decir que, simplemente es un relato "al estilo Wodehouse".
"No sé si te he hablado alguna vez de mi colega Johnburn, Juan Guillermo De Silva Johnburn, para ser exactos. ¿No? Es un tipo bastante curioso. Buena persona y todo eso. Un hombre bastante cabal, con quien incluso poseo varias cosas en común: edad, profesión, carné del Club, por supuesto, y una confesa anglofilia, que en él tiene su atenuante porque le viene dada por su familia materna. Un buen tipo, sí, pero ello no empece que el sentido común aconseje no apegarse demasiado a su persona por pertenecer a esa especie que tiende a encontrar problemas allí donde la improbabilidad de su existencia es máxima.
"No sé si te he hablado alguna vez de mi colega Johnburn, Juan Guillermo De Silva Johnburn, para ser exactos. ¿No? Es un tipo bastante curioso. Buena persona y todo eso. Un hombre bastante cabal, con quien incluso poseo varias cosas en común: edad, profesión, carné del Club, por supuesto, y una confesa anglofilia, que en él tiene su atenuante porque le viene dada por su familia materna. Un buen tipo, sí, pero ello no empece que el sentido común aconseje no apegarse demasiado a su persona por pertenecer a esa especie que tiende a encontrar problemas allí donde la improbabilidad de su existencia es máxima.
Me acuerdo, por ejemplo, de aquel día en que, partiendo de una situación ideal, estuvo a pique de arruinar su vida de forma irreversible. Verás: disfrutábamos de una amena y larga sobremesa en el restaurante de la primera planta, al que, como sabes, no sólo los socios tienen acceso, sino también sus esposas e invitados —lo cual, sin ningún género de duda, dulcifica mucho el ambiente en ese espacio—. Más concretamente, alrededor de una amplia mesa redonda departíamos además del bueno de Juan Johnburn, su hermana Amelia, dos amigas de ésta y yo.
La conversación general alcanzaba niveles muy aceptables y, todo hay que decirlo, la compañía, especialmente la femenina, no carecía de aliciente; con la excepción de mi cofrade Juan, cuyo talento conversacional había caído muchos enteros al estar más interesado en atraer el interés de una de las amigas de su hermana que en el resto de objetos y seres que en el mundo han sido. Y no andaba escaso de razones, pues la amiga en cuestión era una damita de notorio atractivo, bien educada y de intelecto cultivado. Mejorando lo presente, claro está. Y, de hecho, no le fueron nada mal las cosas con ella. Ya sabes: contrato, retoños y hasta que la muerte les separe. Pero eso no empezó aquel día. Aquel día, algo poderoso e intangible se interpuso entre ambos. Algo tan poderoso e intangible como el cricket.
Sí, sí, el cricket. Hablo en serio. No recuerdo cómo, diversas palabras referidas a los deportes —con perdón— favoritos de los presentes cayeron a plomo sobre la tertulia. Una a una, las damas se fueron manifestando a favor de uno u otro… No fue muy agradable que dijéramos. Gracias a Dios, antes de que nadie me preguntara nada al respecto, la ingenuidad del bueno de Johnburn captó la atención general.
- Yo he probado suerte con muchos y, en general, no se me dan mal —dijo, provocador él—. Pero el que más me gusta practicar, con diferencia, es el cricket —añadió, dirigiéndose a su damita, con un inconfundible acento de Hampstead de toda la vida.
- ¿El cricket? ¿El cricket? ¿Eso a lo que jugaban los ingleses? —saltó la joven, sintiéndose aludida de alguna manera e iniciando una tentativa de conversación que iba a ser monopolizada por ambos.
- Supongo que hablamos de lo mismo. Pero utilizar el pasado no es correcto.
- ¿Ah, no? ¿Todavía hay gente que juega a eso a finales del siglo veinte?
- Sí, y mucha.
- Y tú eres uno de ellos.
- Sí, eh… aunque… aunque, en realidad, so… sólo puedo practicar cuando paso algunas temporadas con mi nuestra inglesa. En su día jugué de bateador en el equipo de verano de la Westminster School. Aunque, bueno, eso no quiere decir gran cosa. A estas alturas no sería capaz siquiera de acertar a la bola, pero en aquella época no era del todo malo. E-en… en un partido contra… ¡Qué memoria la mía! No consigo recordar cómo se llamaban… En fin, no importa, el caso es que en cierta ocasión llegué a anotar casi cuarenta carreras al bate en una sola vez.
- Cuarenta carreras. ¡Increíble! ¿Y eso es bueno o malo?
- Eh… bueno, p-para un principiante, un… un novice, como me llamaban, no está del todo mal.
- Claro, claro. Yo… Yo no quiero ofenderte, pero… ¿no es un juego un poco absurdo? —aventuró la damita enarcando graciosamente una ceja.
- ¿Absurdo? ¡En absoluto! No es un juego absurdo —repuso él con cordial flema—. Es más, llega a ser un deporte muy absorbente...
Un silencio algo tenso planeó sobre el grupo. Yo tragué saliva y miré de reojo a Juan sin levantar la cabeza del plato. - Conque absorbente, ¿eh?
- Sí. E incluso divertido.
- Ya. Divertido. Veamos, explícamelo y podré decidirme —propuso ella.
El drama estaba servido para el pobre lenguaraz: no le quedaba sino huir hacia delante. Y huyó con injustificado brío.
- Como ya sabrás, juegan dos equipos de once jugadores en un campo de hierba. La base del juego es lanzar una bola, una bola hecha de cuerda de bramante y recubierta de cuero, que se repele con un bate, un bate plano hecho de madera de sauce.
- De sauce. No de otra cosa.
- En efecto, de sauce.
- ¿Y qué más?
- Lo que intenta el que lanza la bola es derribar unos palitos de madera…
- De sauce.
- No, en este caso hay libertad maderera.
- Bien.
- Lo que intenta el que lanza la bola es derribar esos palitos llamados bails que se colocan horizontalmente en las ranuras superiores que poseen tres palos más largos clavados en el suelo y que forman lo que se llama un wicket. El bateador, el que la golpea con el bate, lo que pretende es tanto evitar que el lanzador…
- El que la lanza.
- …derribe los bails como realizar carreras una vez golpeada la bola. Hay dos wickets en el campo que…
- ¿Podrías ir más al grano?
Juan se quedó sin habla por un momento, contrariado, pues pensaba que su explicación estaba siendo sucinta a la par que rigurosa.
- Ah… bien, sí. Eh… Uno de los equipos batea en primer lugar y sitúa a un bateador en un wicket, mientras que el otro equipo pone a un lanzador en el otro wicket y a un keeper o guardián de puerta por detrás del bateador, en tanto que los nueve jugadores restantes se sitúan dentro del campo en posiciones que les indique el capitán con la intención de capturar la bola después de que haya sido bateada. Una vez lanzada la bola, lo cual debe hacerse siempre sin doblar el brazo, el bateador intenta golpearla para correr después hacia el wicket opuesto. Entonces un jugador de su equipo, que se encuentra en el otro wicket, corre también hacia el que acaba de dejar el bateador, y si ambos alcanzan la marca de retorno antes de ser eliminados, anotan una carrera.
- ¿Y nunca se chocan?
- Nunca.
- Vaya.
- Ahora bien, si la bola llega hasta el extremo del campo anota cuatro carreras sin necesidad de correr, y si sale incluso del campo, consigue seis carreras. Si llegara a anotar cien carreras en una vez al bate, conseguiría un century, y eso quiere decir que es un jugador magnífico.
- Como tú, más o menos.
- No, qué va. Yo nunca conseguí anotar más de cuarenta en una vez.
- Vaya, qué malo. Bueno, ¿y después qué pasa?
- Luego el jugador continúa bateando hasta que es eliminado.
- Ah, menos mal. ¿Y cómo?
- Hay varias formas. Por ejemplo, se le puede eliminar en carrera, cuando un jugador de campo del equipo contrario atrapa la bola antes de que toque el suelo, o cuando, después de atrapada, la envía al keeper para que derribe las varitas del wicket más cercano antes de que el bateador alcance la marca de retorno. O pueden estacarle…
- ¡Ay, por Dios! ¿Le dan de estacazos?
- No, no es eso. Significa que le eliminan si la bola le sobrepasa y golpea el wicket derribando cualquiera de los bails. Y también se le puede eliminar por obstrucción, si intercepta la bola con cualquier parte del cuerpo, normalmente con la pierna, cuando aquélla va a golpear el wicket claramente. Pero eso lo deciden los árbitros... porque no te he dicho que en cada wicket se sitúa un árbitro.
- Oh, era de suponer.
- Lo… lo cierto es que n-no… no es tan complicado como dicen —prosiguió Juan sin dejar de reparar en la ceja que su interlocutora enarcaba casi permanentemente, en esa expresión de cierto afecto que se puede sentir por una persona amable, inofensiva y con posibilidades, aunque necesitada de alguien que le espante los pájaros de la cabeza. Ya me entiendes, es esa expresión a la que tan acostumbrados estamos a ver los que tenemos la suerte de estar bien casados.
- Por supuesto que no. Es comprensible por la mente más simple.
- Ya… ya… Pero no termina ahí todo.
- ¿Ah, no?
- No, no, claro que no —negó él con firmeza—. Es importante saber que cada bateador se mantiene en el wicket que haya alcanzado en la última carrera, aunque también se puede enfrentar al lanzador un bateador diferente, si lo decide el capitán. Y cuando el lanzador realiza seis lanzamientos, esto es, un over, aunque en algunos países como Australia o Sudáfrica son ocho,…
- Ya son ganas de enredar.
- …entra en juego otro lanzador desde el lado opuesto. Y tanto los jugadores de campo como el keeper cambian de posiciones, claro, porque el nuevo lanzador se encuentra en dirección opuesta a la del primero. Cuando el segundo lanzador completa un over, el primero reanuda los lanzamientos, y así sucesívamente hasta el fin del juego o hasta que se produzca una sustitución. ¿Me sigues?
- Como el galgo a la liebre. Por cierto, ¿cómo acaba todo eso? ¿Quién gana?
- Gana el equipo que anota más carreras en las entradas. Pero los empates son muy comunes. Verás, cada equipo tiene una o dos entradas, normalmente alternativas, y una entrada termina cuando se eliminan a diez bateadores o cuando se ha completado un número determinado de overs. Aunque también puede acabar si el capitán del equipo que está bateando elige declarar terminadas las entradas…
- ¿Y eso da para mucho?
- Según. Los partidos de competiciones importantes duran varios días, pero los…
- ¿Cómo que varios días?
- Sí, un partido puede durar entre uno y cinco días, dependiendo de los emp…
- No es posible.
- Sí, lo es, porque hay empates muy difíciles de deshacer... Pero los partidos de aficionados, como en los que yo participaba, sólo duran unas cinco o seis horas como mu…
- ¿Seis horas? Acabaréis destrozados.
- No, es que no son seis horas de juego ininterrumpido. Verás, hay intervalos, o pausas, cuando finaliza cada entrada, para el almuerzo, para el té, o para refresc…
- ¿Para el té? ¿Pausas para el té? —exclamó ella incrédula, pronunciando despacio las palabras— No hablarás en serio.
- Sí, es tradicional, dependiendo de la hora en…
- A ver, a ver, para un momento. Llevas media hora hablando, pero no me he enterado de nada, y lo poco que entiendo me parece inverosímil. ¿Y eso del té...? No sé si me estás tomando el pelo o es que eres así.
- Me temo que simplemente es así —aclaró su hermana.
- Ah… —entendió la joven reclinándose sobre la silla y exhalando suavemente una bocanada.
- Yo… no me habéis dejado explicar…
- ¡Con lo listo que podrías llegar a ser! —le interrumpió su hermana, traduciendo, seguramente, el pensamiento de su amiga y cambiando el tema de conversación sin transición ni disimulo.
Más tarde, cuando ya nos retirábamos hacia algún otro lugar de solaz para continuar la agradable jornada, Johnburn me hizo partícipe de su zozobra en un aparte.
- Te juro que no lo entiendo. ¿A ti te parece algo tan raro, tan absurdo, que a uno le pueda gustar el cricket?
- Se me ocurren cientos de cosas peores, desde luego.
- ¿No debería ser algo extraordinario que uno pueda tener afición por un deporte tan especial o, por qué no decirlo, selecto? —insistió inconsolable.
- Debería. Sin duda alguna.
- Y lo más duro es que nadie, nunca, ninguno de los detractores… o, mejor dicho, detractoras, porque siempre son mujeres, ha sido capaz de explicarse. Se limitan a sisear «¡absurdo!» entre dientes, pero son incapaces de decirme exactamente qué es lo que les resulta tan absurdo.
- Como sabes, en nuestros días se echa en falta el don de la retórica. A la gente le resulta cada vez más difícil explicar sus ideas, sean críticas o diacríticas.
- ¿Pero por qué? ¿Por qué tiene que resultar tan rechazable para una chica algo tan innocuo?
- Amigo mío, la Ciencia no ha llegado aún a dar la respuesta a ciertas preguntas. Aunque… si tenemos en cuenta que esas chicas a las que te refieres, como tu pretendida, o tu hermana, tienen un coeficiente intelectual que dobla el nuestro, quizá no sea tan difícil llegar a alguna conclusión.
Lo intenté con denuedo, pero creo que no fui capaz de transmitir consuelo alguno al atribulado pretendiente, ya que no cejó en el planteamiento de sus complejos dilemas durante horas.
Vista la experiencia, que, como se ha podido deducir, no era la primera del mismo estilo, Juan Johnburn sopesó la posibilidad de hablar del futbolín cuando le volvieran a preguntar por su deporte favorito. No sé si lo llevó a la práctica."
- Yo he probado suerte con muchos y, en general, no se me dan mal —dijo, provocador él—. Pero el que más me gusta practicar, con diferencia, es el cricket —añadió, dirigiéndose a su damita, con un inconfundible acento de Hampstead de toda la vida.
- ¿El cricket? ¿El cricket? ¿Eso a lo que jugaban los ingleses? —saltó la joven, sintiéndose aludida de alguna manera e iniciando una tentativa de conversación que iba a ser monopolizada por ambos.
- Supongo que hablamos de lo mismo. Pero utilizar el pasado no es correcto.
- ¿Ah, no? ¿Todavía hay gente que juega a eso a finales del siglo veinte?
- Sí, y mucha.
- Y tú eres uno de ellos.
- Sí, eh… aunque… aunque, en realidad, so… sólo puedo practicar cuando paso algunas temporadas con mi nuestra inglesa. En su día jugué de bateador en el equipo de verano de la Westminster School. Aunque, bueno, eso no quiere decir gran cosa. A estas alturas no sería capaz siquiera de acertar a la bola, pero en aquella época no era del todo malo. E-en… en un partido contra… ¡Qué memoria la mía! No consigo recordar cómo se llamaban… En fin, no importa, el caso es que en cierta ocasión llegué a anotar casi cuarenta carreras al bate en una sola vez.
- Cuarenta carreras. ¡Increíble! ¿Y eso es bueno o malo?
- Eh… bueno, p-para un principiante, un… un novice, como me llamaban, no está del todo mal.
- Claro, claro. Yo… Yo no quiero ofenderte, pero… ¿no es un juego un poco absurdo? —aventuró la damita enarcando graciosamente una ceja.
- ¿Absurdo? ¡En absoluto! No es un juego absurdo —repuso él con cordial flema—. Es más, llega a ser un deporte muy absorbente...
Un silencio algo tenso planeó sobre el grupo. Yo tragué saliva y miré de reojo a Juan sin levantar la cabeza del plato. - Conque absorbente, ¿eh?
- Sí. E incluso divertido.
- Ya. Divertido. Veamos, explícamelo y podré decidirme —propuso ella.
El drama estaba servido para el pobre lenguaraz: no le quedaba sino huir hacia delante. Y huyó con injustificado brío.
- Como ya sabrás, juegan dos equipos de once jugadores en un campo de hierba. La base del juego es lanzar una bola, una bola hecha de cuerda de bramante y recubierta de cuero, que se repele con un bate, un bate plano hecho de madera de sauce.
- De sauce. No de otra cosa.
- En efecto, de sauce.
- ¿Y qué más?
- Lo que intenta el que lanza la bola es derribar unos palitos de madera…
- De sauce.
- No, en este caso hay libertad maderera.
- Bien.
- Lo que intenta el que lanza la bola es derribar esos palitos llamados bails que se colocan horizontalmente en las ranuras superiores que poseen tres palos más largos clavados en el suelo y que forman lo que se llama un wicket. El bateador, el que la golpea con el bate, lo que pretende es tanto evitar que el lanzador…
- El que la lanza.
- …derribe los bails como realizar carreras una vez golpeada la bola. Hay dos wickets en el campo que…
- ¿Podrías ir más al grano?
Juan se quedó sin habla por un momento, contrariado, pues pensaba que su explicación estaba siendo sucinta a la par que rigurosa.
- Ah… bien, sí. Eh… Uno de los equipos batea en primer lugar y sitúa a un bateador en un wicket, mientras que el otro equipo pone a un lanzador en el otro wicket y a un keeper o guardián de puerta por detrás del bateador, en tanto que los nueve jugadores restantes se sitúan dentro del campo en posiciones que les indique el capitán con la intención de capturar la bola después de que haya sido bateada. Una vez lanzada la bola, lo cual debe hacerse siempre sin doblar el brazo, el bateador intenta golpearla para correr después hacia el wicket opuesto. Entonces un jugador de su equipo, que se encuentra en el otro wicket, corre también hacia el que acaba de dejar el bateador, y si ambos alcanzan la marca de retorno antes de ser eliminados, anotan una carrera.
- ¿Y nunca se chocan?
- Nunca.
- Vaya.
- Ahora bien, si la bola llega hasta el extremo del campo anota cuatro carreras sin necesidad de correr, y si sale incluso del campo, consigue seis carreras. Si llegara a anotar cien carreras en una vez al bate, conseguiría un century, y eso quiere decir que es un jugador magnífico.
- Como tú, más o menos.
- No, qué va. Yo nunca conseguí anotar más de cuarenta en una vez.
- Vaya, qué malo. Bueno, ¿y después qué pasa?
- Luego el jugador continúa bateando hasta que es eliminado.
- Ah, menos mal. ¿Y cómo?
- Hay varias formas. Por ejemplo, se le puede eliminar en carrera, cuando un jugador de campo del equipo contrario atrapa la bola antes de que toque el suelo, o cuando, después de atrapada, la envía al keeper para que derribe las varitas del wicket más cercano antes de que el bateador alcance la marca de retorno. O pueden estacarle…
- ¡Ay, por Dios! ¿Le dan de estacazos?
- No, no es eso. Significa que le eliminan si la bola le sobrepasa y golpea el wicket derribando cualquiera de los bails. Y también se le puede eliminar por obstrucción, si intercepta la bola con cualquier parte del cuerpo, normalmente con la pierna, cuando aquélla va a golpear el wicket claramente. Pero eso lo deciden los árbitros... porque no te he dicho que en cada wicket se sitúa un árbitro.
- Oh, era de suponer.
- Lo… lo cierto es que n-no… no es tan complicado como dicen —prosiguió Juan sin dejar de reparar en la ceja que su interlocutora enarcaba casi permanentemente, en esa expresión de cierto afecto que se puede sentir por una persona amable, inofensiva y con posibilidades, aunque necesitada de alguien que le espante los pájaros de la cabeza. Ya me entiendes, es esa expresión a la que tan acostumbrados estamos a ver los que tenemos la suerte de estar bien casados.
- Por supuesto que no. Es comprensible por la mente más simple.
- Ya… ya… Pero no termina ahí todo.
- ¿Ah, no?
- No, no, claro que no —negó él con firmeza—. Es importante saber que cada bateador se mantiene en el wicket que haya alcanzado en la última carrera, aunque también se puede enfrentar al lanzador un bateador diferente, si lo decide el capitán. Y cuando el lanzador realiza seis lanzamientos, esto es, un over, aunque en algunos países como Australia o Sudáfrica son ocho,…
- Ya son ganas de enredar.
- …entra en juego otro lanzador desde el lado opuesto. Y tanto los jugadores de campo como el keeper cambian de posiciones, claro, porque el nuevo lanzador se encuentra en dirección opuesta a la del primero. Cuando el segundo lanzador completa un over, el primero reanuda los lanzamientos, y así sucesívamente hasta el fin del juego o hasta que se produzca una sustitución. ¿Me sigues?
- Como el galgo a la liebre. Por cierto, ¿cómo acaba todo eso? ¿Quién gana?
- Gana el equipo que anota más carreras en las entradas. Pero los empates son muy comunes. Verás, cada equipo tiene una o dos entradas, normalmente alternativas, y una entrada termina cuando se eliminan a diez bateadores o cuando se ha completado un número determinado de overs. Aunque también puede acabar si el capitán del equipo que está bateando elige declarar terminadas las entradas…
- ¿Y eso da para mucho?
- Según. Los partidos de competiciones importantes duran varios días, pero los…
- ¿Cómo que varios días?
- Sí, un partido puede durar entre uno y cinco días, dependiendo de los emp…
- No es posible.
- Sí, lo es, porque hay empates muy difíciles de deshacer... Pero los partidos de aficionados, como en los que yo participaba, sólo duran unas cinco o seis horas como mu…
- ¿Seis horas? Acabaréis destrozados.
- No, es que no son seis horas de juego ininterrumpido. Verás, hay intervalos, o pausas, cuando finaliza cada entrada, para el almuerzo, para el té, o para refresc…
- ¿Para el té? ¿Pausas para el té? —exclamó ella incrédula, pronunciando despacio las palabras— No hablarás en serio.
- Sí, es tradicional, dependiendo de la hora en…
- A ver, a ver, para un momento. Llevas media hora hablando, pero no me he enterado de nada, y lo poco que entiendo me parece inverosímil. ¿Y eso del té...? No sé si me estás tomando el pelo o es que eres así.
- Me temo que simplemente es así —aclaró su hermana.
- Ah… —entendió la joven reclinándose sobre la silla y exhalando suavemente una bocanada.
- Yo… no me habéis dejado explicar…
- ¡Con lo listo que podrías llegar a ser! —le interrumpió su hermana, traduciendo, seguramente, el pensamiento de su amiga y cambiando el tema de conversación sin transición ni disimulo.
Más tarde, cuando ya nos retirábamos hacia algún otro lugar de solaz para continuar la agradable jornada, Johnburn me hizo partícipe de su zozobra en un aparte.
- Te juro que no lo entiendo. ¿A ti te parece algo tan raro, tan absurdo, que a uno le pueda gustar el cricket?
- Se me ocurren cientos de cosas peores, desde luego.
- ¿No debería ser algo extraordinario que uno pueda tener afición por un deporte tan especial o, por qué no decirlo, selecto? —insistió inconsolable.
- Debería. Sin duda alguna.
- Y lo más duro es que nadie, nunca, ninguno de los detractores… o, mejor dicho, detractoras, porque siempre son mujeres, ha sido capaz de explicarse. Se limitan a sisear «¡absurdo!» entre dientes, pero son incapaces de decirme exactamente qué es lo que les resulta tan absurdo.
- Como sabes, en nuestros días se echa en falta el don de la retórica. A la gente le resulta cada vez más difícil explicar sus ideas, sean críticas o diacríticas.
- ¿Pero por qué? ¿Por qué tiene que resultar tan rechazable para una chica algo tan innocuo?
- Amigo mío, la Ciencia no ha llegado aún a dar la respuesta a ciertas preguntas. Aunque… si tenemos en cuenta que esas chicas a las que te refieres, como tu pretendida, o tu hermana, tienen un coeficiente intelectual que dobla el nuestro, quizá no sea tan difícil llegar a alguna conclusión.
Lo intenté con denuedo, pero creo que no fui capaz de transmitir consuelo alguno al atribulado pretendiente, ya que no cejó en el planteamiento de sus complejos dilemas durante horas.
Vista la experiencia, que, como se ha podido deducir, no era la primera del mismo estilo, Juan Johnburn sopesó la posibilidad de hablar del futbolín cuando le volvieran a preguntar por su deporte favorito. No sé si lo llevó a la práctica."
Psmith se presenta en "Dejádselo a Psmith"
Una pequeña camarera apareció en respuesta a la llamada y permaneció quieta mientras el visitante la contemplaba a través de un monóculo que había sacado del bolsillo.
- Una tarde muy calurosa —dijo cordialmente.
- Sí, señor.
- Pero agradable —continuó el joven—. Dígame, ¿mistress Jackson está en casa?
- No, señor.
- ¿No está en casa?
- No, señor.
- Está bien —dijo—. Debemos recordar que estos contratiempos nos son enviados con buen fin. No hay mal que por bien no venga. Sin duda nos hacen más espirituales. ¿Querrá usted decirle que he estado aquí? Mi nombre es Psmith. P-smith.
- ¿Pesmith, señor?
- No, no. P-s-m-i-t-h. Tendría que explicarle a usted que empecé mi vida sin la primera letra, y que mi padre ha quedado siempre mezquinamente pegado al simple Smith. Pero me pareció que había tantos Smith en el mundo que bien se podía introducir una pequeña variación. Considero Smythe como una vil escapatoria y no me gusta la costumbre ya demasiado común de pegarle otro nombre por medio de un guión. Por eso he decidido adoptar el Psmith. Tengo que decirle además para su conocimiento que la P es muda, como en psiquis, pteridofita y ptolemaico. ¿Me sigue usted?
- S-sí, señor.
- ¿Cree usted —preguntó ansiosamente— que me he equivocado al seguir este camino?
- N-no, señor.
- ¡Estupendo! —dijo el joven, quitándose una motita de polvo de la manga de la chaqueta— ¡Estupendo, estupendo!
Y después de una amable reverencia, bajó los escalones y comenzó a caminar calle abajo. La pequeña camarera le siguió con los ojos desmesuradamente abiertos hasta que desapareció de su vista.
*Fragmento enviado por Fernando a.k.a Psmith
Muchísimas gracias!
- Una tarde muy calurosa —dijo cordialmente.
- Sí, señor.
- Pero agradable —continuó el joven—. Dígame, ¿mistress Jackson está en casa?
- No, señor.
- ¿No está en casa?
- No, señor.
- Está bien —dijo—. Debemos recordar que estos contratiempos nos son enviados con buen fin. No hay mal que por bien no venga. Sin duda nos hacen más espirituales. ¿Querrá usted decirle que he estado aquí? Mi nombre es Psmith. P-smith.
- ¿Pesmith, señor?
- No, no. P-s-m-i-t-h. Tendría que explicarle a usted que empecé mi vida sin la primera letra, y que mi padre ha quedado siempre mezquinamente pegado al simple Smith. Pero me pareció que había tantos Smith en el mundo que bien se podía introducir una pequeña variación. Considero Smythe como una vil escapatoria y no me gusta la costumbre ya demasiado común de pegarle otro nombre por medio de un guión. Por eso he decidido adoptar el Psmith. Tengo que decirle además para su conocimiento que la P es muda, como en psiquis, pteridofita y ptolemaico. ¿Me sigue usted?
- S-sí, señor.
- ¿Cree usted —preguntó ansiosamente— que me he equivocado al seguir este camino?
- N-no, señor.
- ¡Estupendo! —dijo el joven, quitándose una motita de polvo de la manga de la chaqueta— ¡Estupendo, estupendo!
Y después de una amable reverencia, bajó los escalones y comenzó a caminar calle abajo. La pequeña camarera le siguió con los ojos desmesuradamente abiertos hasta que desapareció de su vista.
*Fragmento enviado por Fernando a.k.a Psmith
Muchísimas gracias!
lunes, 29 de enero de 2007
El sombrero, la dama, y los rosales de tía Agatha
Siguiendo el hilo de la propuesta que hice de escribir entre todos un relato al estilo Wodehouse, Princess Valium se me ha adelantado y me ha mandado lo que podría ser un comienzo.
Cualquiera puede seguir apartir de aquí y poco a poco iremos dándole forma a la historía.
Por otro lado, Fernando a.k.a. Psmith, me comenta que tiene algunos relatos ya escritos. Todo tiene cabida, podemos jugar con las dos cosas: relatos completos que tengáis y queráis compartir y, por otro lado, seguir con esta propuesta que nos manda Princess Valium:
Es sabido que los Wooster somos de ese tipo de personas capaces de mantenerse en su lugar por muy dificiles que se pongan las cosas. Gente paciente, astuta, con una gran capacidad de adaptación y mucha maestría a la hora de afrontar cualquier situación, aunque esta sea de lo más embarazosa. Podría decirse que a los Wooster no se les amedrenta con facilidad.
En todas estas cosas estaba yo pensando mientras tomaba mi baño matutino, cuando unos golpecitos en la puerta interrumpieron el hilo de mi razonamiento.
-Adelante, Jeeves –dije con un tono áspero que quise hacer notar.
-Señor.
-Si, Jeeves…¿Qué es tan urgente que no puede esperar ni cinco minutos?
-Perdone el atrevimiento, señor. He pensado que querría que le informara de inmediato.
He de aclarar, que no suelo ponerme nervioso con facilidad, el carácter de los Wooster, ya saben. Pero esta vez algo me decía que las cosas podían ponerse feas. Sólo hacía falta fijarse en la barbilla de Jeeves, esa barbilla lo decía todo.
-Bien-dije con naturalidad, intentando no reflejar mi asombro y, por qué no decirlo, mis nervios, que poco a poco empezaban a hacerse notar- ¿De qué se trata, Jeeves?
-Ha llegado este telegrama urgente para usted. Es de su tía Agatha y viene con la palabra “urgente” impresa en su parte posterior. He pensado que si Lady Worplesdon dice que es “urgente” es que debe serlo.
-Cierto, Jeeves, cierto. Si no lo fuera para qué iba a escribirlo.
-Eso es lo que he pensado, señor.
-Si es urgente, es urgente. Léame ese telegrama, Jeeves, haga el favor.
-En seguida señor:
Miserable gusano. Te necesito inmediatamente en Hertfordshire. Urgente.
Saludo. Tia Agatha.
Saludo. Tia Agatha.
Creanme si les digo que me quedé helado. A diferencia de mi queridísima tía Dalia, su hermana, mi tía Agatha, es un ser temible. Se diría que es una reencarnación en vida del mismísimo belcebú, y por esa razón sentí como un pinchazo en el pecho al escuchar las palabras que Jeeves acababa de pronunciar.
Hertfordshire, el último lugar de la tierra al que me apetecía viajar en ese instante. ¿Qué querría de mi mi queridísma pariente?, ¿Qué asunto habría que atender con tanta urgencia?. La verdad, no se me ocurria ninguna razón, aún así, le dije a Jeeves que preparara de inmediato mi equipaje. Partiríamos hacia Hertfordshire esa misma tarde.
jueves, 25 de enero de 2007
OLA DE CRÍMENES EN EL CASTILLO DE BLANDINGS
Con el debido respeto, señor. Aquí les dejo un comienzo que me ha parecido tolerablemente genial. Tiene estilo, frescura, naturalidad.
El día en que la ilegalidad asomó su repugnante cabeza en el castillo de Blandings era de una singular belleza. El sol brillaba en medio de un cielo de color azul aciano y el autor siente verdaderos deseos de describir minuciosamente las antiguas construcciones, sus suaves céspedes, los vastos espacios de los parques, los árboles majestuosos, las bien criadas abejas y los señoriales pájaros entre los que brillaba.
Pero los lectores de novelas policíacas pertenecen a una raza impaciente. Pasan por alto las rapsodias escenográficas y van directamente al grano. ¿Cuándo -preguntan- empezará la acción criminal? ¿Quién está implicado en ella? ¿Hay sangre, y en este caso caso cuánta? Y, muy particularmente, ¿dónde estaba todo el mundo, qué estaba haciendo y a qué hora ocurrió? El autor que quiera atrapar a su público debe dar estas informaoones lo antes posible.
La ola de crímenes, por consiguiente, que debía sacudir hasta sus cimientos una de las casas señoriales más majestuosas de Shropshire se inició hacia la mitad de una tarde magnífica, y las personas implicadas en ella estaban dispuestas como sigue:
Clarence, noveno conde de Emsworth, dueño y señor del castillo, se hallaba en el cobertizo de las macetas, conferenciando con Angus McAllister, su jardinero jefe, sobre el tema de los guisantes.
Su hermana, lady Constance, estaba paseando por la terraza con un muchacho moreno, con gafas, cuyo nombre era Rupert Baxter y que había sido en un tiempo secretario particular de lord Emsworth.
Beach, el mayordomo, estaba cómodamente instalado en una tumbona en el jardín posterior del castillo, fumando un cigarrillo y leyendo el capítulo XVI de El hombre a quien faltaba un dedo en el pie izquierdo.
George, nieto de lord Emsworth, rondaba por los matorrales con su escopeta de aire comprimido, su constante compañera.
Jane, sobrina de su señoría, estaba en la glorieta junto al lago.
Y el sol brillaba en lo alto, mandando, como suele decirse, sus rayos sobre los céspedes, las construcciones, los árboles, las abejas, los pájaros de las mejores especies y las extensiones de los parques.
El día en que la ilegalidad asomó su repugnante cabeza en el castillo de Blandings era de una singular belleza. El sol brillaba en medio de un cielo de color azul aciano y el autor siente verdaderos deseos de describir minuciosamente las antiguas construcciones, sus suaves céspedes, los vastos espacios de los parques, los árboles majestuosos, las bien criadas abejas y los señoriales pájaros entre los que brillaba.
Pero los lectores de novelas policíacas pertenecen a una raza impaciente. Pasan por alto las rapsodias escenográficas y van directamente al grano. ¿Cuándo -preguntan- empezará la acción criminal? ¿Quién está implicado en ella? ¿Hay sangre, y en este caso caso cuánta? Y, muy particularmente, ¿dónde estaba todo el mundo, qué estaba haciendo y a qué hora ocurrió? El autor que quiera atrapar a su público debe dar estas informaoones lo antes posible.
La ola de crímenes, por consiguiente, que debía sacudir hasta sus cimientos una de las casas señoriales más majestuosas de Shropshire se inició hacia la mitad de una tarde magnífica, y las personas implicadas en ella estaban dispuestas como sigue:
Clarence, noveno conde de Emsworth, dueño y señor del castillo, se hallaba en el cobertizo de las macetas, conferenciando con Angus McAllister, su jardinero jefe, sobre el tema de los guisantes.
Su hermana, lady Constance, estaba paseando por la terraza con un muchacho moreno, con gafas, cuyo nombre era Rupert Baxter y que había sido en un tiempo secretario particular de lord Emsworth.
Beach, el mayordomo, estaba cómodamente instalado en una tumbona en el jardín posterior del castillo, fumando un cigarrillo y leyendo el capítulo XVI de El hombre a quien faltaba un dedo en el pie izquierdo.
George, nieto de lord Emsworth, rondaba por los matorrales con su escopeta de aire comprimido, su constante compañera.
Jane, sobrina de su señoría, estaba en la glorieta junto al lago.
Y el sol brillaba en lo alto, mandando, como suele decirse, sus rayos sobre los céspedes, las construcciones, los árboles, las abejas, los pájaros de las mejores especies y las extensiones de los parques.
Al estilo Wodehouse
Jeeves y yo hemos pensado que estaría muy bien crear un apartado nuevo, para ello necesitaríamos la colaboración de todos (ya sé que somos poquitos, muy poquitos, pero espero que poco a poco se nos vayan uniendo más adictos). Se trataría de escribir relatos cortos, tal vez unas mil palabras estarían bien, al estilo Wodehouse. O sea, inventar historias con personajes de sus novelas como protagonistas o, por qué no, historias con personajes inventados. Eso sí, creando un ambiente como el que Wodehouse nos regala siempre.
Otra posibilidad es escribir un relato entre todos. Podría, por ejemplo, empezar yo misma, hacer la entrada al blog con el texto y que otro tome el relevo y siga el hilo de la historia ya empezada.
Si os parece interesante y creeis que podéis y queréis colaborar, ¡adelante!
Otra posibilidad es escribir un relato entre todos. Podría, por ejemplo, empezar yo misma, hacer la entrada al blog con el texto y que otro tome el relevo y siga el hilo de la historia ya empezada.
Si os parece interesante y creeis que podéis y queréis colaborar, ¡adelante!
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